Salieron con media hora de retraso. Llevaban tres años juntos pero por los caprichos de la vida nunca habían podido disfrutar el uno del otro a tiempo completo. Volaban hacia Londres, una ciudad de sobra conocida por ambos.Los primeros minutos transcurrieron con rapidez. Ellos no dejaban de mirarse y decirse palabras.
En cierto momento se abrieron los televisores que colgaban del techo y las pantallas se llenaron de los títulos de crédito de una película de acción. A ellos no les agradaba ese tipo de cine, así que echaron los asientos hacia atrás, cerraron los ojos e intentaron dormir. Sus manos seguían unidas, eran unas manos capaces de transmitir una energía propia, almacenada en algún rincón de su inconsciente.
Los cinturones de seguridad respondieron bien a la primera sacudida, pero cuando el avión empezó a perder altura no tuvieron más remedio que desabrochárselos y situarse entre el respaldo de los asientos de delante y los suyos. Se abrazaron e intentaron gritar como los demás pasajeros, pero les fue imposible. Sentían una mezcla de perplejidad y desesperación, y sólo acertaron a mirarse a los ojos, como si pretendieran compartir cada segundo que les quedaba, un movimiento más del corazón que de la cabeza.
Y se besaron.Y mientras lo hacían el avión se estrelló contra el mar en calma.Aparecieron los títulos finales de crédito, los televisores volvieron a su sitio y ellos abrieron los ojos.
Herr Ferreiro