GH666
29.09.2014 07:13
Ya no era capaz de recordar el tiempo que llevaba allí, tampoco recordaba con exactitud las caras de las personas que llevaron con él, una decena de hombres y mujeres jóvenes con los que fue encerrado durante dos días y dos noches. Cuando al tercero los confinaron en diferentes habitáculos oscuramente acristalados, comenzó el suplicio. Los primeros días podía escuchar los alaridos de dolor de una mujer que debía estar situada en la celda contigua, con el tiempo aquellos gritos y lamentos se fueron apagando hasta desaparecer.
Aparecían de forma aleatoria, unas veces con aquellos sofisticados instrumentos químicos de tortura, capaces de provocar un sufrimiento extremo sin dejar señal física. Otras, en cambio, le propinaban una brutal paliza con los puños desnudos, o se entretenían hurgando en sus zonas más sensibles con diferentes objetos cortantes y punzantes.
Colocaban aquella música repetitiva a un volumen ensordecedor, mientras era ultrajado por personas y objetos de diferente sexo y naturaleza, con violencia inusitada en la mayoría de las ocasiones.
Las drogas que le suministraban hacían que los tiempos entre cada sesión parecieran hacerse eternos, intentaba contabilizar los segundos para no pensar, poner la mente en blanco para huir de las alucinaciones, pero el mínimo crujido le provocaba otra taquicardia, el terror se apoderaba de su mente y solo sus lamentos y súplicas podían aplacar el miedo.
La última vez que se abrió la puerta, nadie entró. Se acercó tembloroso hasta el final del pasillo y abrió una segunda puerta, una potente luz azulada cegó sus ojos al tiempo que, entre gritos y aplausos, escucho aquella voz femenina dirigirse a él por megafonía:
“¡Lo sentimos, ha sido nominado por el público!, ¡Debe usted abandonar la casa!”
Herr Ferreiro