Puños de libertad

15.06.2014 23:49
 
Esa mañana de S.Patricio, Belfast amaneció lluviosa y fría como de costumbre. El ambiente estaba impregnado de una mezcla de patriotismo y esperanza.
A las cinco de la tarde el gimnasio del viejo Morris estaba abarrotado. En una esquina Weston, un general del ejército de la reina que se había ganado a pulso la fama de cruel y despiadado. En la otra esquina O'Sullivan, hijo de un zapatero borracho que había aprendido a pelear en las tabernas y en los calabozos.
Sonó la campana. Weston salió impetuoso mientras O'Sullivan se movía y esquivaba los golpes intentando agotar al general. Fue en el octavo asalto cuando un par de demoledores derechazos del británico encontraron bruscamente su destino. La cuenta ya iba por nueve cuando O'Sullivan se incorporó aturdido ante el delirio de los irlandeses.
Sentado en su esquina del cuadrilátero con la cara ensangrentada y el ojo hinchado, recordó el día en el que trajeron el cuerpo sin vida de su padre maltratado por los soldados ingleses. El sufrimiento de todos sus vecinos y conocidos y los cientos de caídos por la causa.
Cuando la campana sonó de nuevo se lanzó contra Weston con una rabia que sorprendió a propios y extraños. Un golpe de izquierda al hígado y un uppercut en el mentón fueron definitivos. El público lo llevaba a hombros llenos de júbilo. Los vítores resonaban por toda la ciudad.Una gran¿victoria?.
A la semana siguiente el cadáver de O'Sullivan apareció en la puerta del gimnasio del viejo Morris con las manos cortadas. Ese año de 1981 se covertiría en el más sangriento de la historia del conflicto. Hoy 33 años después en muchas tabernas, gimnasios y hogares de Belfast todavía tienen el retrato del joven O´Sullivan junto a dos velas verdes.
 
Herr Ferreiro